En Cuba, el respeto por los saberes y tradiciones campesinas ha sido un principio fundamental desde la Revolución, y hoy se refleja en una colaboración estrecha entre agricultores y científicos. Esta alianza ha permitido consolidar una cultura agroecológica en la isla, rompiendo esquemas antiguos y promoviendo un trabajo conjunto que combina experiencia local con investigación. La construcción de conocimientos compartidos se ha convertido en la herramienta principal para enfrentar los desafíos de producción y sostenibilidad.
El uso de bioinsumos ha sido un componente clave en esta transición. Productos como el Lebame, desarrollado a partir del melazo de la caña de azúcar, representan un ejemplo de economía circular que une innovación y tradición. Este tipo de soluciones ha logrado integrarse en los cultivos, ofreciendo alternativas sostenibles que reducen la dependencia de insumos externos y fomentan la resiliencia agrícola frente a restricciones económicas y bloqueos internacionales.
La caña de azúcar, históricamente un pilar de la economía cubana, ha adquirido un nuevo rol en este contexto. Durante décadas, su producción estuvo bajo control de grandes propietarios extranjeros, pero tras la Revolución pasó a manos del pueblo. Hoy, en medio de desafíos económicos y limitaciones externas, la caña se transforma en la base de estrategias agroecológicas que buscan garantizar la soberanía alimentaria y promover prácticas de cultivo sostenibles que beneficien a las comunidades locales.
Los bioinsumos desarrollados localmente no solo aprovechan subproductos de la caña, sino que también incorporan microorganismos que estimulan el crecimiento de los cultivos y mejoran su resistencia. La estandarización de estos productos ha permitido su uso en diferentes parcelas, fortaleciendo la relación entre investigación científica y trabajo campesino. Este enfoque práctico facilita la adaptación de la agroecología a las necesidades reales de los productores.
Los resultados obtenidos en los cultivos son claros. El uso de bioinsumos ha incrementado la vitalidad de las plantas, la productividad y ha contribuido al control de plagas sin depender de químicos externos. Las cooperativas agrícolas reportan aumentos significativos en el rendimiento por hectárea, demostrando que la sinergia entre ciencia y campo produce beneficios tangibles que fortalecen la economía local y fomentan la autosuficiencia.
A pesar de los avances, persisten desafíos como la crisis energética, que exige inversiones en fuentes renovables para mantener la producción. La continuidad del éxito agroecológico depende de la capacitación constante de los productores y de la demostración práctica de resultados, creando un aprendizaje compartido que asegura la adopción de prácticas sostenibles a largo plazo.
Actualmente, Cuba produce aproximadamente la mitad de los bioinsumos que utiliza, con planes de expansión en el corto y mediano plazo. La agroecología se ha consolidado como una estrategia irreversible, donde la innovación surge de la necesidad y la colaboración entre científicos y campesinos se convierte en el motor de cambio. Este modelo refleja un compromiso con la sostenibilidad ambiental y la resiliencia económica frente a adversidades externas.
La experiencia cubana demuestra que las dificultades pueden transformarse en oportunidades de innovación. La integración de conocimientos tradicionales con investigación aplicada ha permitido desarrollar soluciones concretas que fortalecen la producción agrícola y protegen los recursos naturales. La agroecología y los bioinsumos se presentan no solo como alternativas viables, sino como caminos estratégicos hacia un futuro más sostenible y autosuficiente.
Autor: Jerome Rutland
