En 2001, una exploración marina liderada por Paulina Zelitsky y su esposo Paul Weinzweig, de la empresa canadiense Advanced Digital Communications, reveló estructuras sorprendentes a 800 metros de profundidad frente a la Península de Guanahacabibes, en Cuba. Los registros de sonar mostraban formas geométricas y pirámides que sugerían la existencia de una metrópolis antigua, capaz de cambiar la percepción histórica sobre los orígenes de las civilizaciones humanas. Sin embargo, a pesar de su potencial impacto, la zona permaneció prácticamente olvidada por más de dos décadas.
Las imágenes captadas por sonar presentaban alineaciones y estructuras circulares que evocaban un centro urbano de dimensiones extraordinarias. Algunos expertos especularon que los restos podrían tener más de seis mil años, lo que los situaría mucho antes de la construcción de las pirámides de Egipto. Esta interpretación generó gran expectación, pero también despertó un profundo escepticismo entre la comunidad científica, lo que frenó expediciones posteriores.
Uno de los factores que limitó la investigación fue el cuestionamiento sobre la plausibilidad de que una ciudad pudiera sumergirse a tal profundidad en un periodo relativamente corto. Geólogos y arqueólogos señalaron que los movimientos tectónicos necesarios para hundir estructuras de esa magnitud requerirían decenas de miles de años, situando la supuesta civilización en un contexto histórico aún más antiguo que cualquier sociedad urbana conocida. Esta discrepancia temporal alimentó dudas sobre la autenticidad de las formaciones.
A pesar de las controversias, Zelitsky defendió la importancia de las estructuras, señalando que representaban un centro urbano de gran complejidad. Sin embargo, el geólogo cubano Manuel Iturralde-Vinent advirtió que las formaciones podrían ser naturales y que no existían evidencias concluyentes. La falta de estudios adicionales y la ausencia de financiación para nuevas expediciones contribuyeron a que el descubrimiento permaneciera en gran medida ignorado por la comunidad internacional.
El contexto político también influyó en la paralización de la investigación. La expedición inicial contó con autorización del gobierno cubano de la época, pero el interés institucional se desvaneció con el tiempo. Una misión internacional prevista para 2002 nunca se llevó a cabo debido a la falta de recursos, dejando las estructuras sumergidas sin el análisis científico que podrían haber aportado datos concluyentes sobre su origen y antigüedad.
A pesar de la falta de investigaciones oficiales, la historia ha captado la atención de usuarios en redes sociales y entusiastas de teorías alternativas. Muchos comparan el hallazgo con la legendaria Atlántida y sugieren que podría existir un encubrimiento deliberado para ocultar la presencia de civilizaciones anteriores a los registros históricos convencionales. Este debate ha mantenido viva la curiosidad en torno a los misterios del fondo marino cubano.
El caso de Cuba se enmarca en un patrón más amplio de descubrimientos submarinos que desafían la cronología histórica. Sitios como Göbekli Tepe en Turquía y el monumento Yonaguni en Japón evidencian que estructuras antiguas pueden desafiar las interpretaciones tradicionales, generando nuevas preguntas sobre los conocimientos arqueológicos y las capacidades técnicas de sociedades antiguas. Estas comparaciones refuerzan la idea de que el pasado aún guarda secretos por revelar bajo el agua.
Actualmente, las ruinas cubanas continúan sumergidas, rodeadas de incertidumbre y fascinación. La combinación de limitaciones técnicas, falta de financiamiento y debates políticos ha mantenido estas estructuras en el silencio del océano. Sin embargo, el interés internacional y la curiosidad científica sugieren que en algún momento podrían retomarse las investigaciones, revelando quizás secretos sorprendentes sobre la historia antigua del hemisferio occidental.
Autor: Jerome Rutland
